Ante la presentación,
mañana lunes (19-10-15 a las 19 h.), en el Instituto Francés de
Barcelona, del libro de Pierre Dardot y Christian Laval, Común:
ensayo sobre la revolución en el s. XXI, Gedisa 2015, propongo
unas líneas para el debate con los autores
Pierre Dardot y Christian Laval, en su
excelente trabajo, llevan a cabo un análisis crítico de la noción
de “común”, que como todos sabemos ocupa un lugar fundamental en
las propuestas políticas contemporáneas, muy especialmente en
España (Podemos) y de un modo muy concreto en Barcelona (Barcelona en Comú).
Antes de entrar en el detalle de sus
planteamientos, algunas reflexiones preliminares para situar desde
dónde los leo – y desde dónde recomiendo decididamente su
lectura.
Cuando pensamos en lo que caracteriza a
la política actual, hay términos que inevitablemente se nos hacen
presentes: en primer lugar, el de “masa” o “masas”; en
segundo lugar, el de “multitud”; en tercer lugar, el de “común”.
El primero de ellos fue empleado ya por teóricos que, en el primer cuarto del s. XX, se ocuparon de
analizar fenómenos políticos que por entonces eran nuevos, en los
que cantidades muy grandes de individuos intervenían en actos
políticos (sin olvidar las guerras), de acuerdo con una dinámica
posibilitada por los nuevos medios de comunicación – la prensa
diaria en grandes tirajes y la radio.
La propaganda nazi de Goebbels pronto
se convertiría, en lo que a esto se refiere, en un ejemplo de
referencia... su uso magistral de la mentira, ya comentada en su día
específicamente por Alexandre Kojève, sigue teniendo alumnos más o
menos aventajados.
Curiosamente, ya en aquella época se
dio cierto debate entre quienes hablaban de las masas como
“multitudes” desorganizadas (Le Bon) y quienes destacaban los
grupos muy grandes pero organizados (McDougall). Se trataba de un
debate constituyente de la psicología social como nueva disciplina.
Esto debe llamarnos la atención, dado
el nuevo uso que la palabra “multitud” ha recibido más
recientemente, en particular a partir de propuestas como las de Toni
Negri y Michael Hardt (en Imperio y Commonwealth, en
particular).
Freud, en su artículo “Psicología
de las masas y análisis del yo” (1921), plantea que en realidad,
aunque se puedan encontrar y estudiar masas de cada uno de estos dos
tipos, cualquiera de ellas, por desorganizada o episódica que sean
en apariencia sus manifestaciones, responde a cierta organización:
la identificación de un número indeterminado de individuos con un
líder, en quien se depositan determinadas identificación ideales.
Y, no sin ironía, compara la relación de cada uno de los individuos
con el líder a la relación entre un paciente hipnotizado y su
hipnotizador. Relación que, por otra parte, no carece según él de
puntos en común con el debilitamiento de la capacidad de juicio
característico del enamoramiento.
La suspensión de la capacidad de
raciocinio no es algo que sorprenda a cualquiera que lea un mínimo
de noticias sobre la actualidad política. El uso de las banderas,
las consignas, las mentiras más sistemáticas, disfrazan los
verdaderos programas, cubren el vacío de verdaderas propuestas o
velan lo irrealizable de propuestas bien intencionadas pero poco
viables.
Ya contamos con la suficiente
trayectoria histórica para ver a qué conduce la política
tradicional de masas. Es la que en gran medida nos ha conducido hasta
donde estamos. Al nacionalismo en todas sus versiones (mucho más
parecidas unas a otras de lo que los implicados suelen reconocer), a
graves conflictos bélicos, a la segregación y a usos más o menos
cínicos. Esto último, por parte de una serie de elites cuyo
horizonte es en realidad cosmopolita, pero que saben usar la
zanahoria adecuada para que personas ilusionadas, con un horizonte
que va poco más allá de su lucha diaria por una vida un poco mejor,
empujen la limusina de la historia en la que ellos van cómodamente
montados al volante.
Ahora bien, ¿qué ha cambiado en las
últimas décadas? Sabemos que algunas cosas parecen seguir igual,
pero también apreciamos claras diferencias, sin saber todavía cuál
puede ser su alcance práctico, qué consecuencias concretas pueden
tener. Tenemos demasiado cerca ciertas “primaveras” políticas
(árabes u otras) como para ignorar que es fácil pasar de una
esperanza de lo nuevo a una repetición de algo muy parecido, aunque
bajo formas que también son sutilmente novedosas.
El término “multitud” ha sido
rescatado para designar formas de colectivos políticos posibilitadas
y mediadas por nuevas formas de comunicación, como las redes
sociales y, más en general, internet. Negri y Hardt han planteado
que el tipo de comunidad basado en esta clase de medios, que de hecho
influyen profundamente en la forma misma en que la sociedad se
estructura y son inseparables de los nuevos medios de producción del
capitalismo globalizado, introduce una semilla de subversión que
lleva casi inexorablemente al fin del sistema actual.
Según ellos, el “capitalismo
cognitivo” – en el que el conocimiento es el valor fundamental,
además del medio principal de producción, siendo a la vez, en lo
esencial, la mercancía producida – trabaja activamente y de modo
casi automático al servicio de su propia superación, hacia su ocaso
ineludible. Esto sería así porque, mediante las operaciones mismas
que constituyen lo esencial de su sistema de producción, genera
comunidades de saber que adquieren una fuerza creciente y que se
independizan hasta constituir una fuerza política capaz de generar
cambios históricos cruciales.
El término “multitud” destaca que
este tipo de comunidad no funciona igual que la masa tradicional, ya
que sus vínculos constituyentes no se basan en una identificación
unificadora, sino en una red colaborativa de saberes.
¿Pero está tan claro que lo
fundamental de la política hoy día haya dejado de pasar por
estructuras de masa, aunque sus modos de organización hayan
cambiado? No cabe duda de que algo se ha modificado, porque lo
primero que se destaca en la mayoría de los análisis que se hacen
de nuestra época es la soledad del individuo posmoderno, la
fragilidad de los vínculos que en ella se crean, su liquidez, su
movilidad. Todo lo cual no puede dejar de tener efectos en las
fidelidades (e infidelidades) políticas de los individuos de nuestro
tiempo, en su disposición y capacidad para entregarse a una causa
poniendo en la balanza una parte de su tiempo de vida, de su esfuerzo
y de su deseo.
Sin embargo, me parece más preciso
decir, no que la soledad y el individualismo generalizado han
suplantado a los fenómenos de masas, sino que, como algunos
observadores han planteado, asistimos hoy a una nueva forma de
funcionamiento colectivo, para la que el psicoanalista Eric Laurent
propone lo siguiente: “En la época del individualismo de masa,
existe un registro de soledad para todos” (1).
Por otra parte, este nuevo sintagma,
individualismo de masa, no deja de recordarme una frase de Freud en
su artículo de 1921, que bajo esta luz adquiere para mí otro
relieve: “De este modo, la oposición entre actos anímicos
sociales y narcisistas – Bleuler diría quizás: autísticos –
cae dentro de los dominios de la psicología social o colectiva” (2).
En efecto, me doy cuenta de que siempre
había leído (un poco) mal esta frase, como si Freud dijera que lo
narcisista, incluso lo autístico, quedara fuera... pero no, ahora
podemos ver que queda completamente dentro. Incluso en el corazón
del sistema. El capitalismo avanzado, por otra parte, trata de
explotar esto de un modo coherente.
¿Por qué la masa resiste tanto a su
propia desagregación individualista? Creo que podemos decir, con
Lacan, que ello es debido a que el vínculo de identificación no es
la única explicación ni el único mecanismo de constitución de la
masa (3). Otro mecanismo, quizás más fundamental aún, es el
rechazo de otros. Los grupos se constituyen por exclusión y es esta
misma exclusión lo que sostiene más profundamente la posibilidad de
identificarse.
Por eso, en la época en que las identificaciones son
más débiles (por ejemplo, pocas personas están dispuestas a morir
por una bandera), las identificaciones colectivas se sostienen mucho
más puramente en el rechazo que en una verdadera afirmación. Los
nacionalismos de todo signo conocen esto y explotan todas las
oportunidades que les ofrece el “enemigo” (muchas veces falso)
para, con ese mismo impulso, izar más alto su propia bandera.
En realidad, dentro de cada grupo así
constituido, sus miembros son profundamente independentistas. Vivimos
en un independentismo generalizado. Por supuesto, cada uno tiende
también a confundir su profundo individualismo con el rechazo del
otro excluido, el enemigo. Pero cuando la tensión baja, lo que
reaparece es el hecho más radical de que no hay ideal que se
sostenga.
Ahora bien, ¿hay otro tipo de
comunidad política que pueda salir de este juego infernal y
paradójico conformado por la síntesis inestable de individualismo
narcisista y alienación a una estructura grupal?
Aquí es donde entra la propuesta de
“lo común”, de la que se ha usado y también abusado ampliamente
por parte de toda una serie de propuestas políticas que buscan una
alternativa a los impasses relacionados con la modalidad neoliberal
del capitalismo y su mundialización; y también una alternativa los
impasses propios, en este nuevo contexto, de los métodos por así
decir tradicionales de lucha por la igualdad y lo que se sigue
llamando emancipación.
Dardot y Laval llevan a cabo una
minuciosa genealogía de esta noción de “común” y ponen de
manifiesto que en su uso se disimulan muy a menudo errores de
concepción que limitan gravemente su validez concreta en la lucha
política.
Su crítica es muy fundamentada. Y
tiene una finalidad política: proponer un tipo de comunidad política
que supere los límites – entre muchas otras propuestas cuya
inviabilidad demuestran – de la noción de multitud de Negri y
Hardt, a la que le reprochan una adherencia a un optimismo marxista
basado en la idea de que existen leyes históricas que trabajan por
sí solas en la dirección del progreso.
Para nosotros queda por ver si su
propuesta de lo común puede enfrentarse con un mínimo de eficacia
al combate contra el individualismo de masa y sus leyes que, por
ahora, parecen de hierro.
En una segunda entrega proseguiré mi
comentario de su tentativa.
Notas
(1) Léase entrevista a Éric Laurent en http://www.telam.com.ar/notas/201311/41125-la-epoca-vive-una-fascinacion-por-la-violencia-contra-uno-mismo-y-contra-los-otros.html
(2) Sigmund Freud, "Psicología de las masas y análisis del yo", en Obras Completas, Biblioteca Nueva, trad. de López Ballesteros. La frase está tomada de la introducción.
(2) El mismo Éric Laurent dedicó un año de trabajo de seminario a este tema. Está publicado en Paradojas de la identificación, Paidós, 2000.
Notas
(1) Léase entrevista a Éric Laurent en http://www.telam.com.ar/notas/201311/41125-la-epoca-vive-una-fascinacion-por-la-violencia-contra-uno-mismo-y-contra-los-otros.html
(2) Sigmund Freud, "Psicología de las masas y análisis del yo", en Obras Completas, Biblioteca Nueva, trad. de López Ballesteros. La frase está tomada de la introducción.
(2) El mismo Éric Laurent dedicó un año de trabajo de seminario a este tema. Está publicado en Paradojas de la identificación, Paidós, 2000.
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