viernes, 31 de mayo de 2013

Neoizquierda, Neoderecha, Neoliberalismo... viejo problema

A propósito del libro de Laval y Dardot, La nueva razón del mundo, ensayo sobre la racionalidad neoliberal, Ed. Gedisa, 2013.

A menudo comprobamos que en la actualidad en política se imponen cosas condicionadas por factores y tendencias de larga evolución, por cambios que, como escribió Lacan ("Kant con Sade", en Escritos, Siglo XXI), "caminan cien años en las profundidades del gusto". Hablar del gusto (las preferencias, lo que gusta en una época, lo que es o no es de buen tono, lo que se impone) puede parecer banal tratándose de política, pero ya no nos suena tan raro si empleamos una expresión más actual: estilos de vida.

Me explico: hay cuestiones políticas en las que inciden ideas que van incluso más allá de lo que entendemos por ideologías. Las ideologías son importantes, por supuesto, siguen teniendo su impacto en política. Sin embargo, lo que resulta más chocante es que en toda una serie de cuestiones fundamentales, la división izquierda/derecha se ha vuelto irrelevante. Y estas cuestiones son fundamentales, precisamente, porque acaban imponiéndose y teniendo efectos políticos profundos, que pueden acabar haciendo inoperantes los discursos mejor intencionados y que ideológicamente parecen intachables.

El libro de Laval y Dardot

El interés (o uno de los intereses) del libro de Christian Laval y Pierre Dardot reside en que nos permite situar uno de los debates más actuales en una perspectiva, no ya de cien años, sino de muchos más, y así constituye una orientación que permite interpretar fórmulas, discursos, incluso estribillos que suenan constantemente en los medios de comunicación: liberalismo, mecanismo de los precios, libre competencia... incluso fórmulas como la que hoy mismo se puede leer en los diarios en el reproche que cierto político alemán blande contra Hollande, cuando le dice que Francia necesita, no una "economía socialista" (!) sino una "economía social de mercado".

Leed La Nueva razón y veréis que la tan manida "economía social de mercado" tiene un origen preciso, no es para nada inocente y está cargada de presupuestos nefastos, aunque por desgracia fue asumida en su día también por la supuesta izquierda alemana, que llegó a "reivindicarla".

Más en general, Laval y Dardot plantean, de un modo conciso y preciso, que lo que está en juego no es tanto una ideología como una racionalidad, que acaba imponiéndose a las diferencias ideológicas. Porque, finalmente, lo tremendo de esa idiotez de la "economía socialista"(¿no os suena al "Obama socialista" según el Tea Party?) es que pone de relieve todo lo contrario de lo que pretende decir: y es que el Partido Socialista francés, como el español, no tiene nada de socialista, ni siquiera de socialdemócrata si por ello entendemos lo que fue la socialdemocracia como corriente política que se enfrentó a los excesos de los gobiernos liberales anteriores a las Guerras Mundiales y a los desastres por ellos producidos.

Una de las ventajas de los partidos políticos de inspiración neoliberal es que no tienen complejos de ninguna clase, ya que son coherentes con un ideario que se adapta a las mil maravillas, sin apenas contradicciones, a una racionalidad que ha invadido el mundo progresivamente y que sigue sin verdaderas alternativas, al menos en el plano de lo que es el escenario central de la política en las democracias parlamentarias.

El liberalismo empezó hace mucho como una consecuencia del discurso de la ciencia (y su compañera de viaje, la técnica) en la política. En un mundo que empezaba a cuestionar (a diferentes velocidades, por supuesto, y con España en el furgón de cola, por así decir) las viejas formas de autoridad política y religiosa, empezaron a competir nuevas formas de definir la soberanía con discursos que de un modo más o menos abierto, directo o indirecto, las cuestionaban. Si la autoridad no es algo que emana de Dios y a continuación pasa al monarca (o al "caudillo", como no olvidó recordarnos en las monedas de peseta Franco, que lo fue "por la gracia de Dios", y no fue rey porque no podía).... ¿cuál sería la fuente de autoridad que luego se concreta en cada acto particular de gobierno, desde las grandes leyes hasta el menor de los decretos?

Caudillo... por la Gracia de Dios

Los esfuerzos de pensadores como Rousseau para pensar en un contrato social posible a partir de la idea de una igualdad original entre los hombres (según él, lo que habría que explicar es por qué ha llegado a existir la desigualdad), los esfuerzos también de los revolucionarios franceses por fundar una soberanía colectiva con el nombre de Nación, encontraron enseguida una alternativa "pragmática", sobre todo en pensadores anglosajones, entre los que se destacó Jeremy Bentham. Éste, por cierto, que fue nombrado ciudadano francés a título honorífico por los revolucionarios, no dudó en proponer cambios en la constitución francesa, porque a su modo de ver, la idea de soberanía popular planteaba un problema.

En efecto, Bentham quiso ser el Newton de la política (más exactamente, del "mundo moral"), lo cual suponía renunciar, denunciándolo como falacia, a todo aquello que no tuviera una base científica incuestionable. Y según él, los deseos, los intereses individuales, son la única base real, material, sobre la que toda política debe fundarse. Todo ello a partir de la idea de que una política debe tender a coincidir, a confundirse si es posible, con un puro cálculo. De ahí su fórmula, de acuerdo con la cual el gobierno debería consistir en buscar la mayor felicidad (y menor infelicidad) para el mayor número... pero sin perder de vista que la base de la felicidad es la consecución de objetivos que son individuales y necesariamente egoístas, ya que el interés colectivo, por definición no puede existir. No hay cuerpo colectivo real que le dé a la sociedad una existencia efectiva.

Bentham, como otros pensadores liberales, trata de encontrar un equilibrio, alguna forma de restituir alguna forma de Otro, o sea, también, alguna forma de nosotros. Lo hace también, en particular, Locke, quien advirtió el riesgo de la absolutización del principio de propiedad privada, que se derivaba lógicamente, por otra parte, de los principios liberales. Otros, más coherentes en el fondo, llevaron esos principios cientifistas a su expresión más radical, como Herbert Spencer, que inventó un "darwinismo social" que al primero que no convenció... fue al propio Darwin. Spencer, lamentablemente, es la inspiración inconfesada (quizás inconsciente en algunos casos) de políticos que salen en prensa y en televisión... Su ideario se resume en que por el bien de la "especie humana" debe ganar el más fuerte, el más apto (the fittest).

Spencer: la "ciencia" como excusa 

Lacan, apoyándose en Koyré por un lado y en Marx por otro, nos invita a considerar la profundidad del impacto de una alianza que no tiene nada de coyuntural: la del discurso de la ciencia con el capitalismo. Su efecto de disolución corroe necesariamente cualquier expresión de lo social, ya que sustituye toda forma de Otro por la (sólo) aparente neutralidad del cálculo. La mayor parte de las cosas que hoy día se nos imponen en política provienen de falsas ciencias, de cálculos falaciosos, que conducen a racionalizaciones presentadas como indiscutibles, sin alternativa. Los números hablan por sí solos, y esta idea se traduce en un sinnúmero de prácticas cotidianas que acompañan sutilmente a las formas actuales de gobernar.

Tras estas ideas "científicas" se esconde la negación de la política, mediante la sustitución del gobierno por la "gobernanza" (palabra tan cara a nuestro Felipe González y amigos suyos como Berggruen), la concepción de la colectividad política en términos de "empresa", la sustitución del ciudadano por el "emprendedor" (término adorado por Toni Blair), el paciente por el "cliente"... y una práctica universal de la medición, de la estadística, de la epidemiología... en torno a un término, un significante amo, diría Lacan, que invade todos los aspectos de la vida personal y colectiva del sujeto posmoderno: la "evaluación".

Lo que se pretende es "hacer que el alma vomite cifras, decía en una expresión luminosa Jacques-Alain Miller, coautor de un libro imprescindible: ¿Desea usted ser evaluado? (Miguel Gómez Ediciones, 2004).

En cuanto a Laval y Dardot, además de un análisis histórico de las raíces del liberalismo y la especificidad de su forma "neo",  sitúan igualmente la importancia y las consecuencias concretas de las operaciones discursivas que, como la evaluación, contaminan el ideario y las prácticas de los partidos más influyentes en la izquierda y en la derecha. Ideario y prácticas que, y eso es más grave, definen las coordenadas de una forma de percibir la realidad de la que resulta muy difícil sustraerse para todo sujeto de nuestra época. En este punto, ellos apuestan por una elaboración que participa tanto de la noción de sujeto tomada de Lacan como del análisis de la gobernanza planteada por Foucault en sus pioneros análisis del neoliberalismo.

¿Que tiene de neo el neoliberalismo? Que renunció definitivamente a todo intento de restituir el "nosotros" de un interés colectivo, de un pacto general, sustituyéndolo por un autoritarismo a-democrático, incluso antidemocrático cuando es preciso. Empezó con las bienintencionadas ideas de un Walter Lippmann, que consideraba que las élites de expertos debían de sustituir, en las decisiones verdaderamente importantes, a un pueblo siempre fácil de engañar y que no sabe que su destino ineludible es adaptarse al capitalismo y a sus necesidades como sea, porque por las malas va a ser peor. Luego vendrían otros más decididamente autoritarios, que son los que ahora imperan... en nombre de la ciencia, empezando por la que todavía osan llamar ciencia económica.

A Hayeck le encantaba Pinochet

El cientifismo inunda nuestro mundo de metáforas que cambian la forma en que nos vemos, la forma en que nos conducimos, la forma en que nos gobernamos y nos dejamos gobernar. Son metáforas que no se presentan como tales, ya que pretender decir lo que es "real". Pero no son menos falsas que las "falacias" que el propio Bentham, con su cientifismo radical, se impuso erradicar en su cruzada contra el imperio de la mentira en lo político y en lo jurídico.

Esas metáforas van adoptando nuevas formas, que se presentan cada vez como "modernas", pero que responden a principios que empiezan a ser muy viejos. Hay en todo esto algo de ya momificado y momificante, si se me permite la expresión...

De hecho, el cientifismo entusiástico de Bentham lo llevó a donar su cuerpo a la ciencia en un testamento escrito cuando tenía.... 22 años. No sin reservarse el uso póstumo de su esqueleto y de su cabeza momificada para crear lo que llamó un auto-icono, con el que quería seguir presidiendo post-mortem las reuniones de sus adeptos benthamitas.

Ante ustedes.... Jeremy Bentham (Wikipedia)

Por desgracia, la momificación intentada no salió bien, y el cráneo (real) de Bentham fue recubierto con una efigie de cera, que nos contempla con sus ojos muertos desde la vitrina en la que "reside" el padre del utilitaritarismo, o lo que queda de él, con domicilio en el University College of London. Por cierto, pueden ustedes visitarlo en alta resolución, en versión rotable a 360 grados, haciendo click aquí.



1 comentario:

  1. Y esto es expansible a todo el mundo... Es una cuestión global con las variables de cada sitio. En nombre de la ciencia y el capitalismo el sujeto se deja borrar, en nombre de los mismos el plus de gozar está en primer plano en nuestra época. Izquierda o derecha, hoy da igual, no hay ideologías solo los imperativos del capitalismo y lo" científico".

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