jueves, 2 de mayo de 2013

Falsos nombres. Sobre la persecución "diagnóstica" de los niños, cada vez más pequeños



Nota: Transcripción traducida de una intervención en el Colegio de Psicólogos de Barcelona, en una mesa sobre la cuestión del TDA y el TEA, que luego se publicó en la revista del Colegio, PsiAra (25/1/2013)

Desde hace tiempo, asistimos a una psiquiatrización generalizada de la sociedad. En un movimiento que arrancó hace ya años, y que tuvo como síntoma y a la vez como elemento potenciador las sucesivas revisiones de los manuales de la serie DSM, un puñado de «diagnósticos» han comenzado a invadir todos los ámbitos de la vida de las personas. Surgen en las conversaciones cotidianas, empleados por personas sin ninguna formación específica, y tienen un impacto creciente en ámbitos tan delicados como el escolar. En efecto, cada vez es más habitual que oigamos hablar, sin la menor prudencia, de “Trastorno por déficit de atención, referido a niños que tienen una variedad de comportamientos que no se juzgan adaptados a los estándares de una «normalidad» postulada. De la misma manera, un poco más recientemente, otros dos diagnósticos comienzan a adquirir la misma fuerza, e impregnan las conversaciones cotidianas, tanto en la calle como en los claustros de las escuelas: «autismo» y «Asperger».

Esto constituye un fenómeno relativamente nuevo, que implica un cambio profundo de mentalidad, de aquellos que se van produciendo insensiblemente y afectan el común de la gente. Estas transformaciones son las más importantes, ya que sin que nadie se dé cuenta de lo que ocurre, van incidiendo en la vida de las personas. De la misma manera que hace ya bastantes años se inició un proceso en virtud del cual la palabra tristeza fue siendo cada vez más sustituida por depresión, hasta llegar a hacerla casi desaparecer, ahora un niño inquieto es etiquetado, cada vez más inmediatamente, como hiperactivo o afectado por un déficit de atención. El estudio que en este sentido nos presentó el doctor Moya demuestra hasta qué punto esto se hace de una manera cada vez más sistemática y abusiva, de modo estas denominaciones se convierten en cajones de sastre, donde se esconden personas, sin dar la mínima oportunidad a que su particularidad sea percibida, entendida y, por tanto, aceptada y respetada como tal.


"Look! I am a letter". Por Lif... (Flicker, CC)


"Sólo" nombres

Uno podría decirse, y se equivocaría mucho, que no hay que preocuparse, ya que es “sólo” una cuestión de nombres. Esta posición, pretendidamente «realista», vendría a decir que lo que verdaderamente importa son las realidades, no tanto los nombres que estas reciban. Pero tratándose de realidades humanas, las palabras tienen una importancia capital, ya que nuestro mundo está hecho, sobre todo, de palabras. Precisamente estas nuevas palabras que se crean a partir del discurso de la ciencia tienen un efecto fundamental en la configuración de nuestro mundo actual. Hay que distinguir esta falsa extensión del discurso científico de la ciencia verdadera.


En su discurso pronunciado en el Collège de France en 2002, «Façonner les gens» , Ian Hacking estudió esta tendencia cada vez más universal a aplicar una serie de denominaciones que pretenden extraer su prestigio de la ciencia, pero que, de hecho, funcionan más como nombres que crean clases de personas, a partir de una operación en sí misma dudosa, que es la suposición de una normalidad respecto de la cual se desviarían. Como él estudia con mucho detalle, la obsesión clasificadora y normalizadora ha creado nuevas epidemias, haciendo aparecer como «enfermedades» o «defectos» condiciones humanas que no hace mucho no eran consideradas tales.


Pero, como él mismo plantea, el problema es que estas clasificaciones de las personas tienen consecuencias en lo social. Es la misma sociedad como tal la que se convierte en clasificadora, por un lado, y por otro lado también los individuos que la forman tienden a incluirse en estas falsas clasificaciones. Todo ello tiene lo que podríamos ver como un “efecto de llamada”, de forzamiento a la adaptación sobre los individuos, que son capaces de renunciar a lo que les es más propio para recibir uno de estos nombres. Hasta tal punto, que uno podría plantearse si se trata de clasificaciones que tienen una tendencia intrínsecamente epidémica, no sólo por sus efectos sobre el ámbito social, sino también a escala de los individuos.


Uno de los fenómenos más peculiares que Ian Hacking analiza en lo que él llama un nominalismo dinámico – inspirado, por una parte, en Michel Foucault y, por otra parte, en Erwin Goffman  – es que los individuos, en nuestras sociedades, tienden a asumir las clasificaciones que se les proponen, o bien que están a su alcance. Se las apropian de una manera a veces sorprendente, paradójica, por el aspecto en principio descalificador, potencialmente marginador, de estos nombres de cosas que acaban nombrando a personas.

Identidades

Este hecho corresponde a una corriente profunda de nuestra cultura, y se manifiesta en la creación de grupos y comunidades de personas afectadas, ya sea directamente o como familiares, por los nombres de este tipo de clasificaciones. La promoción de la obesidad genera, sin duda, más obesos, ya que propone una identificación que puede dar forma (nunca mejor dicho!) al malestar de toda una serie de personas. Esto genera, a la vez, asociaciones, asociaciones de familiares ..., con el efecto de «llamada» que ello implica. Más allá del nominalismo "dinámico" de Hacking, el psicoanálisis aporta elementos para explicar esta avidez identificadora, en una época, precisamente, de debilidad de las identificaciones, las cuales tienden a fragmentarse y multiplicarse, como estudiaron en su momento Jacques-Alain Miller y Eric Laurent en su curso La época del Otro que no existe, desarrollando para la época presente las consecuencias de la teoría de Lacan sobre los discursos, que a su vez retoma la teoría freudiana de la identificación.


La cuestión del diagnóstico, pues, se ha vuelto hoy un problema de clasificaciones y de identidades, que cada vez actúan sobre más aspectos de la vida humana. No hay prácticamente ningún aspecto del cuerpo humano, pero tampoco de nuestra relación con los demás, de nuestra manera de ser o de satisfacernos, en resumen, de vivir, que no sea evaluada, comparada con una idea delirante de normalidad, lo cual, por supuesto, da lugar a la proliferación de todas las “desviaciones” posibles respecto de esta misma normalidad.


Hay que decir que la docilidad habitual del sujeto posmoderno ante esta ola es preocupante. Es cierto que en algunos casos, como lo menciona el mismo Hacking , la autoapropiación de las clasificaciones puede tener una vertiente subversiva. Pero esto difícilmente podría aplicarse a los niños, ya que, en su caso, está claro que estos nombres que se les aplican vienen impuestos por un otro social, con una intervención muy particular de las instituciones específicas que de ellos se ocupan y, en un lugar determinante, su familia. La autoapropiación sería en los niños una Otro-apropiación, mucho más que en el caso del adulto.

Deanna Wardin (Flicker, CC)


Lo más grave del abuso de denominaciones tales como síndrome por déficit de atención o síndrome de Asperger, o autismo, es que tienen tendencia a aplicarse a niños cada vez más pequeños, y no sólo en los ámbitos más o menos especializados donde las familias pueden consultar, sino que estas formas de clasificación persiguen a los niños, no ya hasta la escuela primaria, sino incluso hasta la guardería. Toda una serie de escalas de medida y de tests, pensados ​​para que los puedan aplicar personas sin ninguna formación, tienen el objetivo de verificar que, en efecto, estas «patologías» cumplen las expectativas en ellas depositadas desde un punto de vista «epidemiológico» . El abuso está, pues, garantizado, con los efectos que esto tiene sobre los niños y sobre las familias.


A menudo, ante la clasificación de un hijo dentro de uno de estos “trastornos”, los padres dirigen prematuramente sus demandas a una ciencia que muchas veces sólo es supuesta. La huida hacia la supuesta ciencia, la toma de medidas educativas genéricas y no pensadas caso por caso, el recurso abusivo a medicamentos, son efectos peligrosos de esta epidemia de falsos nombres que, cada vez más, persigue a los hombres hasta los últimos reductos donde su singularidad podía vivir aún medio escondida. La niñez, tiempo de vida que en otros tiempos gozaba de una tregua segura, de una moratoria, a lo largo de la cual la persona podía ir afilando sus armas para combates futuros, ha perdido para siempre, si no hacemos nada para evitarlo, sus frágiles privilegios.


1 comentario:

  1. Hola Enric. Me ha gustado el artículo para que tomemos conciencia del abuso y riesgo de etiquetar.

    Una observación: Sólo el psicólogo clínico puede hacer el diagnóstico formal de un TEA o TDAH, ni siquiera el psicopedagogo del centro educativo o del EAP.

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